lunes, 2 de noviembre de 2015

Un amanecer a medio encender.



Un golpe frontal. Un acontecimiento estresante al vuelco de convertirse en algo más comatoso. Algo así solo puede generar abstracciones con hedor a catástrofe. Demasiadas veces nos creemos con la autoridad de afirmar que ya no hay nada que pueda entorpecernos, que nuestra vida fluctua de forma natural. 
Se trata de un graso error porqué en ese mismo instante, caemos en la cuenta de que esta sucediendo algo tan nuevo, que no consigues averiguar cuan amarga será su digestión. Tu mundo no deja de temblar. En el reino del caos, esa identidad despedazada prioriza la búsqueda de analgésicos que consigan aliviar esos sentimientos entumecidos, bajar el hinchazón; para así reducir el consiguiente moratón. La duración de su curación variará según la inseguridad que generes al dudar de tu capacidad. Intentas inmunizarte de ese veneno, y basarte en efectos y daños de tipo superficial. Pero sigues sin ser consciente de la profundidad y secuelas que producirá. El nacimiento de ese nuevo temor es tan grotesco que ha desarmado tus estrategias más lucradas. Apatía, desconocimiento e incomprensión. Debes aceptar que tu mayor enemigo se esconde detrás de lo que tardes en aceptar este dolor, y que ser valiente es una decisión.